Las emociones infantiles son frágiles, cambiantes y en ocasiones transitorias. En el inicio de la vida, cada niño está enfrentando, por primera vez, el conocimiento y la experimentación de ellas, por lo que necesita que el adulto lo acompañe a aprender sobre ellas y así poder aprender a autorregularse. A continuación, veremos algunos puntos que nos pueden ayudar a abordar estas problemáticas:
Quédate con tu hijo en medio del berrinche, espera en silencio y cuida su integridad física; cuando esté más tranquilo pide un tiempo para hablar acerca de lo sucedido y oriéntalo para que vaya expresando lo sucedido. Llega a un acuerdo, muéstrale que puede respirar y hablar acerca de lo que siente. Si rompió o derramó algo, muestra la consecuencia de los actos y motívalo para que lo solucione.
Cuando tenga miedo, llévalo de la mano del Evangelio, a confiar en Cristo. Pueden hacer juntos una pequeña oración dirigida a Dios pidiendo paz al corazón. Permítele llorar si es necesario y mantén tu presencia lo más cerca de ser posible (de la mano, en los brazos). Muestra el mismo cuidado de Cristo a través de tu persona como papá o mamá.
El enojarse es parte del proceso, permite que lo haga, pero cuida que no agreda a nadie más (incluyéndose). Llévalo a reconocer su enojo y trata de que vaya disminuyendo (darle espacio, ayudarlo a respirar. Si tiene edad llevarlo a un costal de box o almohada para que pueda desfogar su emoción). Al terminar, dialoguen de lo ocurrido y ayuda con interrogantes para llegar a una solución: si se cayó un juguete, levantarlo; si alguien no quiere compartir, ayudarlo a comprender que si no quieren compartir, él puede jugar con lo que sí se le compartió y ser agradecido por lo que tiene para jugar.
Cuando sientas que no puedes, aléjate un momento, respira y ora a Dios para que te dé dirección. Ya más tranquilo puedes intervenir en el ambiente de tu hijo.
«La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego». Proverbios 15:1
El niño va aprendiendo acerca de sus emociones y sabe que cuenta contigo en todo momento, en quien encontrará dirección, apoyo y guía.
Invertir en la formación de nuestros hijos, no supone un costo monetario, pero sí de presencia, disposición y renunciar al yo, para construir a otra persona.