25 Feb
25Feb

Iniciamos con la premisa: «Quiero que mi hijo se porte bien delante de la gente». O: «Quiero que mi hijo me obedezca a la primera llamada de atención o la primera vez que le doy una instrucción». La pregunta es: ¿qué tanto tiempo estoy dedicando a la formación de mis hijos?

Podemos observar que este tipo de escenarios demuestran en papá o mamá cierto orgullo al no querer ceder el tiempo porque «la agenda es muy apretada», pero sí se busca que se comporten con base en los estándares de «buen hijo» o «hijo obediente».

Lo primero que se debe erradicar es el orgullo del corazón y ceder ante la necesidad de alguien que está bajo mi tutela, mi protección, amor y dirección.

Hay estudios que demuestran, que existen mejoras impresionantes en el comportamiento de los niños (enfatizando en su rol de estudiantes), cuando han recibido aprendizaje social y emocional en casa. Este mismo estudio afirma que un niño de dos años es capaz de reconocer las emociones aún antes de poder mencionarlas por nombre; lo cual nos revela que la enseñanza de la inteligencia emocional desde pequeños es parte fundamental de su bienestar personal y aun del éxito en la vida.

El juego es una parte importante en el desarrollo emocional y social del niño, en él desarrollan la empatía y la colaboración. Al permitir estos tiempos de manera regular, o entrelazados de manera natural en la vida cotidiana, podemos trabajar poco a poco y aumentar la capacidad de autorregulación de los niños, con base en el reconocimiento de las emociones propias y en las personas que le rodean.

Por lo tanto, la actuación del adulto es clave y decisiva, pues es el mediador y el motivador que los pequeños necesitan. Es aquí donde yo (como papá) puedo disfrutar de la formación.

¡Manos a la obra!

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